Lo que ocurrió en el Quórum no fue un acto político, fue una puesta en escena vergonzosa.
Radicales que se autoproclaman opositores terminaron ovacionando a Schiaretti como si fueran sus fieles soldados. Hace apenas meses lo señalaban como el responsable de todos los males de la provincia, y hoy se desarman en aplausos para mendigar una foto.

La escena fue obscena: supuesta oposición convertida en coro a sueldo del poder de turno. El discurso de la alternativa, pulverizado. La idea de independencia, sepultada bajo la urgencia de figurar en la foto correcta.
Un funcionario del Panal lo dijo sin filtro: “estos votos valen doble, porque no son peronistas, son radicales que se pasan a nuestro lado”. Nada más cierto. Lo que para unos fue jugada estratégica, para otros fue una humillación histórica.

La postal no deja lugar a dudas: no hubo convicción, hubo sumisión. No hubo política, hubo negocios. Lo que se vivió no fue grandeza ni unidad, fue rendición. Los radicales aplaudiendo al poder son la prueba más clara de que ya no existen banderas, sólo intereses.