Para celebrar el 204° aniversario de la Policía Federal, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich Luro Pueyrredón, repuso el nombre “Ramón Falcón” a la Escuela de Cadetes de la fuerza y nombró “Alberto Villar” a la de suboficiales. 

Coherente con su ideología y su accionar, la exmilitante de la Juventud Peronista homenajeó al comisario responsable de la persecución y muerte de sus antiguos compañeros en los 70 y al coronel genocida en la “Conquista del Desierto” y asesino de los obreros de la Plaza Lorea en la represión que ordenó el 1º de mayo de 1909, a poco de asumir al frente de la Policía de la Capital, como se llamaba entonces, entre otras joyitas de su foja al servicio de la oligarquía.

“Esta escuela nació por un policía, Ramón Falcón, quien le dio una orientación. Por una cuestión ideológica, le sacaron el nombre y yo instruyó al jefe de la Policía Federal Argentina para devolver la verdad. Es para nosotros un valor innegociable”, sostuvo la próximamente exministra y triunfante senadora, en un acto en la Plaza de Armas de la Escuela rebautizada.

Así como ella y su protocolo, Falcón fue un ferviente represor de la movilización popular. En la mencionada represión de 1909, 11 manifestantes fueron muertos tras su orden de abrir fuego para acallar y dispersar a la multitud. Otros hitos de su crueldad al servicio del Estado se vieron en los ataques a la Huelga de Inquilinos de 1907 y la Semana Roja de 1909.

Como señala la ministra, “por una cuestión ideológica” ella desplaza el nombre de Juan Ángel Pirker, jefe de la fuerza que intentó democratizarla y darle profesionalismo durante el gobierno de Alfonsín, por la de un genocida probado.

La decisión también huele a revancha: ambos genocidas fueron ajusticiados por militantes populares. El “perro” Falcón, por la bomba arrojada por el anarquista Simón Radowitzky, y el Tubo Villar por los diez kilos de trotyl de un comando de Montoneros que lo repartieron en pedacitos por las aguas de un riacho del Tigre.

El Tubo

El crucero Marina avanza abriendo las tranquilas aguas del arroyo Rosquete hacia el río Luján. En la cubierta, el comisario Alberto Villar, alias “Tubo” y su mujer, Elva Marina Pérez, se aprestan a disfrutar de un viernes feriado de paseo por el Delta. Llegaron hasta allí conducidos por su chofer, el agente Ponce, y custodiados por ocho hombres fuertemente armados en dos Falcon que ahora se despiden. Es 1º de noviembre de 1974.

El comisario mayor Villar era el jefe de la Policía Federal designado por Perón con la expresa orden de “poner orden” y acabar con el fenómeno “subversivo”. Se había ganado su ascenso en 1972, cuando él mismo entrara con una tanqueta en la sede nacional del Partido Justicialista mientras la militancia revolucionaria de todas las vertientes velaba a tres de los militantes fusilados en Trelew el 22 de agosto. Se trataba de Ana María Villarreal de Santucho, Eduardo Cappello y María Angélica Sabelli, cuyos cuerpos acribillados por la Marina fueron requisados por la Federal.

La custodia de Villar se apresta a subir a los autos cuando los diez kilos de trotyl que los buzos tácticos de un comando de Montoneros adhirieron al casco de la lancha la hacen estallar acabando con la vida de la pareja. En medio de un fragor de llamaradas y humo negro la nave se hunde rápidamente.

AAA

Villar es sindicado como uno de los promotores de la Alianza Anticomunista Argentina, integrando el grupo denominado “Los Centuriones”. Esta organización terrorista paraestatal de ultraderecha inició la persecución y los crímenes sobre la militancia de izquierda dentro y fuera del justicialismo. Gestada por José López Rega con la venia o la vista gorda del general Juan Perón, la Triple A estuvo integrada por miembros de la Policía Federal, de las tres Fuerzas Armadas, de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), grupos de la derecha peronista como el Comando de Organización, la CNU (Concentración Nacional Universitaria) y delincuentes comunes, como Aníbal Gordon.

Entre 1973 y 1976, la AAA fue responsable de la desaparición y muerte de entre 700 y 1100 personas, y del exilio forzado de militantes políticos, artistas e intelectuales. De esta forma, mediante amenazas, ejecuciones sumarias y desapariciones forzadas, inició el camino de horror que la dictadura transformaría en política estatal alineando la represión al reformateo económico y social de la sociedad argentina.

En enero de 1974, Villar es convocado por López Rega o por Perón, según distintas fuentes, para asumir como vicejefe de la Policía Federal. Al poco tiempo es ascendido a Comisario General y nombrado al frente de la fuerza. También asume el control en las sombras de la Triple A. Particularmente se lo vincula al asesinato del abogado de presos políticos y diputado nacional del peronismo Rodolfo Ortega Peña, en julio de 1974, y a la represión salvaje en su sepelio en la Chacarita, en la cual fueron detenidas 400 personas.

Cabe recordar que en 2006, el juez federal Norberto Oyarbide falló que los crímenes cometidos por la AAA eran considerados de lesa humanidad y, por lo tanto, imprescriptibles. En 2008, esta decisión fue confirmada por la Cámara de Casación Federal. Varios procesos, en este momento, están juzgando a responsables de delitos cometidos por esta organización paraestatal.

El “Perro”

El coronel Ramón Falcón nomina a una de las calles más largas de la ciudad que corre paralela a la avenida Rivadavia en su lado sur -su nombre es usualmente tapado con el de su ajusticiador Simón Radowitzky-, y fue el primer cadete del Colegio Militar de la Nación, en 1870, durante la presidencia de Sarmiento. 

Combatió en la Campaña del Desierto comandada por Julio “Asesino” Roca y en 1898 se retiró con el grado de coronel. Luego fue elegido diputado nacional y en 1906 el presidente José Figueroa Alcorta lo nombró al frente de la Policía de la Capital.

Su bautismo de fuego en la fuerza lo tuvo el 1º de mayo de ese año cuando lanzó a 120 “cosacos” a caballo que dispararon sus armas contra civiles desarmados, sembrando la avenida de muertos y heridos.

En 1907, durante la Huelga de Inquilinos, también conocida como la “huelga de las escobas”, Falcón estuvo al frente de la represión y los desalojos. Las familias trabajadoras de los conventillos se negaban a pagar los aumentos unilaterales de los alquileres. Utilizando el cuerpo de bomberos, en pleno invierno, arrojaba agua helada a las familias para desbaratar los piquetes y vaciar las casas. En esta represión tampoco ahorró sangre obrera.

El 1º de mayo de 1909, la manifestación convocada por los anarquistas de la FORA en Plaza Lorea es reprimida con un saldo de 11 muertos y más de 105 heridos, con un total de 70 personas fallecidas con el correr de los días. 

Las organizaciones obreras convocaron a la huelga general y decidieron mantenerla hasta que Falcón renunciara. Lejos de ello, el “perro” lanzó una cruenta represión sobre la movilización de más de 60 mil personas -comparable a una marcha de 500 mil en estos días- que arrebata los féretros a la multitud para evitar el cortejo y rechaza a balazos a los que conseguían llegar a la Chacarita.

Los locales partidarios y sindicales y los de los diarios La Vanguardia (socialista) y La Protesta (anarquista) son clausurados y sus talleres incendiados por patotas nacionalistas de civiles y policías de fajina.

Los sucesos de estos días son conocidos como la Semana Roja. Pese a la presión obrera, Falcón no es desplazado ni renuncia.

Seis meses después de estos acontecimientos, el 14 de noviembre de 1909, Falcón regresaba del funeral de otro policía, acompañado por su secretario Juan Alberto Lartigau. En la esquina de Quintana y Callao, el joven anarquista Simón Radowitzky arroja una bomba casera contra el carruaje en que viajaban los federales. El artefacto estalla entre las piernas de Falcón quien muere horas más tarde.

El ajusticiador, por tener 17 años, se libró del fusilamiento y estuvo en prisión hasta que en 1929 recuperó la libertad, indultado por el presidente Hipólito Yrigoyen.

Fuente: Nahuel Croza – Canal Abierto

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