Por Sergio Alvez

Desde Misiones

La ciudad de Puerto Iguazú es reconocida en el mundo por su imponente maravilla natural: las Cataratas del Iguazú, destino que atrae a más de un millón de visitantes cada año y que sostiene una economía profundamente dependiente del turismo. Fuera de ese circuito, la vida cotidiana de los iguazuenses transcurre entre desigualdades, conflictos sociales, deficiencias en los servicios públicos, precariedad laboral, pobreza estructural y zonas de marginalidad que nunca se muestran en la postal turística. En ese territorio tensionado emergen otras experiencias que sostienen economías familiares al mismo tiempo que defienden la siempre asediada selva autóctona misionera. 

Una de ellas es Monte que Alimenta y Sana, una organización que se afirma como contracara del modelo extractivo y turístico, constituyéndose en un tejido comunitario, agroecológico y feminista, que apuesta a producir alimentos sanos, fortalecer vínculos y construir autonomía en los barrios de Iguazú. Todo surgió de un núcleo de productoras, que desde el territorio periurbano conocido popularmente como “las 2000 hectáreas”, pensaron y dieron forma a un proyecto que combina producción, cuidado ambiental y comunidad. En una red de chacras producen verduras (lechuga, verdeo, tomate, maíz, zanahoria, zapallo, etc), tubérculos (mandioca y batata) y frutas (sandía y melón); además de avanzar en la recuperación y producción de frutos nativos.  

Foto: MAyS

Tierra fértil para la agroecología en Iguazú

El barrio 2000 Hectáreas está ubicado al sur de Puerto Iguazú. Se trata de tierras fiscales que pertenecieron al Ejército Argentino y que, en 1990, fueron transferidas al municipio por la Ley 23.810. A partir de este traspaso, la tierra fue fraccionada en lotes de 30 por 50 metros hasta parcelas de tres hectáreas. Comenzó allí un proceso de poblamiento y ocupación que se profundizó con la crisis socioeconómica y política argentina del 2001, cuando los flujos migratorios al interior de la provincia consolidaron nuevos pobladores en los márgenes de Puerto Iguazú y el resto de las localidades del norte misionero.

Muchas de las familias que llegaron a las 2000 Hectáreas (cuya superficie en verdad es de 1900 hectáreas) aprovecharon la fertilidad de la tierra para abocarse a la producción de alimentos para consumo familiar. Con el correr del tiempo esas familias empezaron a vender su producción excedente en la Feria Franca, un sistema provincial de comercialización directa del productor al consumidor, experiencia que en Misiones lleva casi tres décadas. 

Foto: MAyS

Fueron tres las vecinas que dieron origen al proyecto Monte que Alimenta y Sana (MAyS). Estas productoras participaban, desde 2006, en la feria franca local de Iguazú y estaban vinculadas tanto al programa ProHuerta del INTA como a a la Secretaría de Agricultura Familiar provincial. “En 2018 decidimos convocar a otras productoras para organizar la que terminó siendo la primera feria de semillas criollas y nativas de Puerto Iguazú, que se hizo en 2020. Desde entonces seguimos trabajando hasta que, en 2023, entre todas, nos constituimos como organización”, cuenta Andreia Capelari. 

Durante el proceso constitutivo del MAyS, cuatro chacras pertenecientes a familias productoras obtuvieron las primeras certificaciones participativas en agroecología de Misiones, otorgadas por la Secretaría de Agricultura Familiar provincial. En 2023, otras tres chacras familiares pertenecientes a integrantes del MAyS lograron la certificación.

Las productoras se convirtieron en pioneras de un sistema de certificación enmarcado en la Ley Provincial de Fomento a la Agroecología, que registra hasta el momento 24 chacras certificadas y más de 100 en proceso de transición. A poco de andar unidas, las familias que integran el MAyS ya son 12, lo que consolida la red productiva, con una superficie total de 18 hectáreas destinadas a la producción agroecológica

Foto: MAyS

Un despertar a otra alimentación

“Producir alimentos agroecológicos implica relacionarnos con la comida de otra manera. Estamos viviendo un despertar alimentario: desde la producción cuestionamos el uso del glifosato y transgénicos, desde el consumo se eligen alimentos sanos. También entendemos que la huella de carbono es un problema mundial y que elegir frutas y verduras producidas de forma local —y no una que viajó miles de kilómetros— es parte de la conciencia necesaria”, plantea Capelari.

Las instancias de formación que aborda el grupo son diversas y permanentes. Muchas de estas capacitaciones son gestadas por la propia organización. Recientemente, el grupo completó dos talleres sobre Plantas Alimenticias No Convencionales. “Hay un montón de plantas comestibles en el territorio; por ejemplo la ortiga colorada grande, que es muy típica de acá; la serraja, el diente de león, el carurú, los brotes de mora y diversas variedades de yuyos que históricamente se consumieron en hogares rurales”. 

Foto: MAyS

Capelari explica que algunas especies no son originarias de la zona pero se adaptaron plenamente, como el nopal, un cactus que se come y que además es utilizado para la bioconstrucción. A esta lista se suman otros recursos que el monte ofrece, la hierba carnicera, la marcelita, la manzanilla e incluso partes de plantas cotidianas como el tallo de la banana o las hojas de mamón.  

Las flores constituyen un capítulo aparte. Muchas son comestibles y se usan en ensaladas o preparaciones simples —como la del palo borracho—, mientras que otras pueden resultar tóxicas. Por eso, advierte Capelari, es esencial el conocimiento: “Hay que tener mucho cuidado… y siempre consumir los pétalos sin la parte reproductiva, porque mucha gente tiene alergia al polen”. El universo de las Plantas Alimenticias No Convencionales (PANC) amplía la alimentación familiar, fortalece la autonomía y reduce la dependencia de productos de mercado. Son saberes que las productoras rescatan, comparten y transmiten en talleres y mingas, integrando tradición, salud y cuidado del territorio.

Envasadas y en diferentes presentaciones según el caso, la producción de PANC elaborada por el grupo sirve tanto para el autoconsumo como para su comercialización en la despensa que la organización gestiona en Puerto Iguazú y en las ferias francas de la región.  “Una de las propuestas de la agroecología es la diversificación productiva, por eso es central recuperar los frutos nativos, que tienen un montón de propiedades nutricionales. Revalorizando esos frutos e incorporándolos al sistema productivo también los preservamos”, destaca Carolina Trentini, investigadora y coordinadora de la Regional NEA la Red de Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria (Red Calisas).

Trentini, quien se acercó al grupo de mujeres desde la creación de la feria de semillas en Puerto Iguazú, incorporó la experiencia de MAyS como una de las que se relevaron en el tercer informe Informe Anual de la Situación de la Soberanía Alimentaria en Argentina (Iassa) de la Red Calisas. “Esta provincia tiene una oportunidad por la alta biodiversidad que tiene, que abre la posibilidad de pensar sistemas agroecológicos diferentes”, valora.

Foto: MAyS

Mingas y semillas nativas

Uno de los pilares que consolidó Monte que Alimenta y Sana fue la organización de la feria local de semillas criollas y nativas, surgida en 2020, en plena pandemia, cuando los encuentros provinciales estaban suspendidos. En ese contexto adverso, iniciaron la feria de Puerto Iguazú, conectadas con el movimiento semillero provincial. “Como no se podía hacer la feria grande, cada localidad que podía la hacía igual, cuidando todos los protocolos. Empezamos con una feria chiquita que no paró más”, celebra la productora. Desde entonces, Iguazú sostiene cada año su feria en la Semana Continental de la Semilla Criolla y Nativa, del 26 de julio al 1 de agosto.

Esta iniciativa local se enlaza con la Feria Provincial de Semillas Nativas y Criollas, que esta año celebró su 28 aniversario, y funciona como referencia histórica para la defensa de semillas tradicionales en Misiones. Ser parte de ese entramado inscribe el trabajo del MAyS en un movimiento mayor de protección de la biodiversidad y de promoción de prácticas comunitarias que fortalecen la soberanía alimentaria.

“En estos espacio se intercambian semillas y también saberes .Las ferias nos unieron. Ahí nos conocimos con las otras productoras, compartiendo semillas, recetas, formas de cuidar la tierra. Fue lo que nos nucleó y nos hizo pensar que podíamos armar algo juntas, desde el territorio”, asegura Capelari. 

Junto a las ferias, las mingas sostienen la vida cotidiana del grupo, son un rasgo esencial. “Las mingas están siempre presentes. Algunos meses más, otros menos, pero siempre están. Son trabajos teórico-prácticos que hacemos de manera rotativa en cada chacra. Hacemos siembras, limpiezas, gallineros, eco-cisternas. Es un trabajo comunitario que le mejora la vida a cada familia”. Las mingas también funcionan como red de apoyo: “Cuando alguien no puede trabajar su tierra por un problema de salud, nos juntamos y hacemos la tarea entre todos. Eso también es agroecología”.

En 2023, con apoyo del programa nacional Entramados Productivos —que dependía del ex Ministerio de Trabajo y fue eliminado tras la llegada de Javier Milei al gobierno— y la Dirección de Ambiente de la Municipalidad de Iguazú, la organización logró la apertura de una despensa agroecológica que funciona en las 2000 Hectáreas, donde comercializan regularmente la producción.

“Además de sostener la despensa, estamos planificando el turismo comunitario: ofrecer lugares para acampar, casas para compartir, acompañamiento a sitios poco conocidos, experiencias en las chacras y alimentación saludable. La idea es sembrar en quienes llegan la importancia de comer sano y cuidar el entorno. Entender que la industria alimentaria enferma y que vivir en armonía con la naturaleza es una mejor calidad de vida para todos. Es una idea que comenzamos a trabajarla recientemente”, celebra la productora. 

Foto: MAyS

Recuperando prácticas ancestrales

Docente de la EPET 51 y vecina de las 2000 hectáreas, Mónica González se especializa en la producción de mandioca. Como integrante del MAyS entiende que el grupo “nació por la necesidad de apoyarnos mutuamente como productores” y para “volcar ese conocimiento en la comunidad”. En su mirada, el trabajo colectivo también se sostiene por una dinámica acordada con el tiempo: “Otro aprendizaje grupal es entender que cada uno tiene sus propios tiempos y eso genera una dinámica de respeto mutuo”.

El MAyS además de pensar en propuestas de turismo rural también amplía sus prácticas hacia la alfarería y la cerámica, recupera saberes propios del territorio y utiliza el barro del monte misionero como material de trabajo. “Como grupo somos promotores del buen vivir. Estamos extendiendo información, prácticas y capacitaciones. El hecho básico de no usar venenos para fumigar es muy importante, y se ve una pequeña evolución en vecinos que ya no están envenenando el aire, las aguas, la tierra y a todos los seres vivos”, agrega Carla Maldonado, también vecina de las 2000 Hectáreas e integrante del grupo. Y sostiene: “El enfoque en cada familia y en sus proyectos productivos hace a la soberanía: cada persona empieza a liderar su propia vida”.

La organización mantiene la dinámica horizontal que vio nacer al grupo. Se reúnen cada mes, deciden por mayoría y distribuyen tareas según las posibilidades de cada integrante. Todas las familias venden los productos de todas, con un registro común y un sistema de confianza que garantiza la autonomía. “Una persona o familia puede integrarse participando de las ferias o de las reuniones, sin necesidad de estar produciendo —explican—. Lo importante es compartir el espíritu de cuidado y colaboración”.

Y aunque en los últimos tiempos la presencia de varones se ha ido incrementando, el MAyS sigue siendo un espacio fortalecido principalmente por las mujeres. “Somos el motor, las que impulsamos las ideas y los proyectos. Los hombres también aportan y acompañan, pero somos nosotras las que llevamos la iniciativa, las que sostenemos el trabajo diario y los objetivos comunes”, afirma Andreia.

“Es muy difícil pensar la construcción de la agroecología y la soberanía alimentaria como un productor individualizado, por eso es importante el ejemplo comunitario de Monte que Alimenta y Sana. La naturaleza nos da el ejemplo en la coexistencia de especies, con su complementariedad y el aprovechamiento eficiente de los recursos. Tenemos que seguir el ejemplo de la naturaleza de la co-construcción”, alienta la coordinadora de la Red Calisas.

Foto: MAyS

Edición: Nahuel Lag

La entrada Monte que Alimenta y Sana: mujeres unidas en una red de agroecología se publicó primero en Agencia de Noticias Tierra Viva.

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/monte-que-alimenta-y-sana-mujeres-unidas-en-una-red-de-agroecologia/

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