Por Mariángeles Guerrero
“Nos alimentamos con todo lo que tenemos en la tierra. Con las frutas que plantamos cerca de nuestras casas: papaya, plátano, naranja, mango, yuca, taperebá, limón y coco. El café siempre están disponible en casa. Nos preocupamos porque nuestros alimentos no desaparezcan. Tenemos que preservarlos y mostrar su valor a las generaciones más jóvenes. Mostrar el valor de nuestra tierra y sus riquezas es muy importante”. Quien habla es Marcilene, mujer quilombola de Narcisa, municipio de Capitão Poço (Pará, norte de Brasil), quien integra la Red Bragantina, una de las organizaciones que llevó alimentos ancestrales y agroecológicos a la COP30, que se realizó en la ciudad de Belém.
La Red Bragantina junto con el Instituto Regenera y la Cooperativa Central del Cerrado, entre otras, impulsaron la iniciativa “En la mesa de la COP30” (Na Mesa da COP30). El objetivo fue llevar alimentos agroecológicos a las zonas oficiales de la Conferencia Climática de la ONU, realizada en noviembre pasado, para visibilizar la producción de alimentos locales, el potencial de la agricultura familiar y las problemáticas que atraviesa el sector.
Proveyeron de casi 90 mil platos durante cuatro semanas (antes, durante y después de la COP) a las y los participantes de la conferencia, entre activistas sociales, trabajadores y representantes de países. Llevaron más de cien toneladas de alimentos, el 80 por ciento proveniente de granjas familiares. Esas comidas rescatan saberes y tradiciones familiares, ancestrales, indígenas y quilombolas de diferentes regiones del país.
La articulación entre las 43 organizaciones que sostuvieron la propuesta llevó un año de trabajo. Si bien también participaron de eventos paralelos como la Cumbre de los Pueblos, buscaron demostrar que es posible llevar alimentos a un evento internacional de 50.000 personas con productos de la agricultura familiar, agroecológicos y de pueblos y comunidades tradicionales.
El objetivo de llegar a la COP con platos locales fue visibilizar esa situación. “Cuando seguimos las COP, vemos apenas hablan de alimentación y de agricultura, o hablan muy poco de ella en comparación con otros temas. Y la comida que allí se sirve es muy pobre nutricionalmente, muy cara y muy poco conectada con la cultura alimentaria local”, señala Maurício Alcântara, del Instituto Regenera.
“El 70 por ciento de la diversidad de alimentos que llega a la mesa de los brasileños proviene de una agricultura familiar que no se beneficia de las inversiones públicas, ni del acceso al crédito ni a los mercados”, subraya.

Recuperar saberes y sabores nativos pese a los agrotóxicos y la desigualdad
Luis Carraza es secretario ejecutivo de la cooperativa Central del Cerrado. Es una cooperativa de segundo grado que reúne formalmente a 25 organizaciones cooperativas. Surgió en el Cerrado —uno de los seis biomas brasileños, ubicado en el centro-oeste— en 2004. Hoy funciona como distribuidora de 40 organizaciones de productores familiares en todo Brasil.
“Estas organizaciones tienen una forma muy armoniosa de relacionarse con la naturaleza en su estilo de vida. Traemos alimentos que, aunque provengan de la biodiversidad brasileña, no son muy consumidos ni conocidos ni siquiera en el propio Brasil”, destaca.
Pone como ejemplo el pequi, un fruto nativo de la zona central de Brasil que se come, por ejemplo, con arroz. Comenta que, siendo nativo de San Pablo, él nunca había escuchado hablar del pequi, hasta que se mudó a la zona centro. “La gente suele cosecharlo de la naturaleza para cocinarlo en sus casas”, explica.
El butiá (un fruto del sur brasileño), el umbu del bioma Caatinga, el açaí amazónico. “Esos productos nunca han recibido la atención que deberían recibir respecto a políticas públicas, incentivos tecnológicos y asistencia técnica”, afirma. Y considera que la situación relegada de esos cultivos tiene un sesgo político. “Las decisiones políticas en Brasil y en el mundo son prácticamente una prerrogativa de las élites, quienes son quienes realmente dominan el panorama económico mundial con las grandes corporaciones”, considera.
Y marca que existe un conocimiento tradicional sobre el cultivo, la recolección y las recetas ligadas a estos alimentos, que se transmiten de generación en generación. “Contamos con grandes expertos en las comunidades tradicionales, que son las grandes guardianas de la biodiversidad y de la cultura. Muchas de las labores que realizan están relacionadas con rituales religiosos y la observación de la naturaleza. Por ejemplo, de las fases de la luna, de las mareas, de las precipitaciones, del comportamiento de la fauna, de la hora de llegada de una bandada de pájaros”. Son esos elementos los que guían las prácticas productivas.
“Tenemos un conocimiento muy rico, no académico, que se está perdiendo, y que la sociedad, en general, trata con mucho prejuicio y sexismo, mientras vemos cómo las grandes industrias, especialmente la farmacéutica, se apropian de esos saberes y de los productos de nuestra biodiversidad”, agrega Carraza.
Además, marca que estos procesos están signados por la desigualdad social, respecto de la reglamentación para producir alimentos. Mientras que las cadenas formales de comercialización exigen “buenas prácticas”, como baños masculinos y femeninos y agua potable en los espacios productivos, muchas de estas comunidades conviven con la falta de infraestructura pública en salud, saneamiento, vialidad y energía. “Mientras estos problemas no se resuelvan, seguiremos viendo cómo se trata a estas familias excluidas como si fueran incompetentes”.
Alcântara explica que la situación alimentaria en Pará, y en la Amazonía en general, es muy precaria. En Belém hay un Centro de Distribución de Alimentos, que depende del gobierno nacional y es el más importante del estado de Pará. Según una investigación de 2021, indica, el 80 por ciento de los alimentos que llegaban a ese centro de distribución provenían de otros estados brasileños. “Y nos encontramos en el bioma con mayor biodiversidad del mundo”, señala.

La Red Bragantina se formó en 2005 y articula 15 emprendimientos entre asociaciones, grupos informales y una cooperativa, grupos de mujeres y otros mixtos del nordeste brasileño. Vicente Ghirardi es uno de sus asesores y expresa que el nordeste brasileño es una de las zonas de deforestación más antiguas, por lo tanto queda poco bosque nativo.
“Hay muchas granjas que se han apropiado de las tierras de los campesinos. Otra dificultad es que, aunque los pequeños agricultores, o una buena parte de ellos, no utilizan agrotóxicos, alrededor de las propiedades hay grandes fincas que sí lo hacen”, advierte. Y señala que, en los últimos dos años, comenzaron a vivir el problema del acceso al agua, debido al cambio climático.
Estos pueblos viven, además en una situación de inseguridad territorial. Señala Carraza: “Es donde nacieron y vivieron durante siglos y alguien llega con un documento y dice: ‘Tienes que irte, porque esto es mío, porque lo compré, tengo un documento, muchas veces un documento falso'”.
Actualmente se lleva a cabo en Brasil el proceso de demarcación territorial de los territorios indígenas. En el cierre de la Cumbre de los Pueblos, el ministro Jefe de la Secretaría General de la Presidencia, Guilherme Boulos anunció que se realizarán 20 nuevas demarcaciones. Para Carraza, el avance en ese proceso “sería una gran solución para reducir o erradicar los conflictos territoriales que matan a cientos de líderes de movimientos sociales vinculados a la tierra y a pueblos y comunidades tradicionales, quienes son asesinados cada año por enfrentarse a los intereses del agronegocio”.

Alimentos del campo a la ciudad
Pese a estas dificultades, las trabajan en rescatar cultivos que se estaban perdiendo. La Red Bragantina cuenta con bancos de semillas en seis comunidades, incluyendo semillas nativas como frijol y maíz. En colaboración con la Empresa Brasileña de Pesquisa Agropecuaria (Embrapa), avanzan en la preparación de harinas de tubérculos y frutas regionales de la Amazonía.
Otro objetivo es conectar el campo con la ciudad. “La comercialización de productos y su valor añadido son importantes, pero para nosotros es más importante que el consumidor sepa quién está detrás, quién está elaborando ese alimento”, asegura Ghirardi. A partir de 2009 empezaron a pensar en la importancia de tener un local en la ciudad. Esa tienda hoy es una realidad en Belém y es atendida por mujeres que integran la red.
Dentro de la red de comercialización, buscan tener un precio justo para quienes producen pero que sea un producto accesible para las y los consumidores. “Nuestra idea es que estos productos, como la harina, y todos los productos en los que estamos trabajando, también se puedan utilizar para la alimentación escolar y en hospitales”, comenta.

“Con este trabajo, la gente empieza a apreciar mucho estos alimentos. Entran en juego los recuerdos culinarios: yo solía comer estas cosas cuando las preparaban mis abuelos y mi madre”, relata. Y subraya: “Son productos sin pesticidas y sin transgénicos”.
En el caso de la cooperativa Central del Cerrado, venden sus productos en línea y en el comercio minorista. No solo comercializan alimentos, sino también productos de limpieza, jabones, artesanías y otros productos. Además de las ventas directas al consumidor y al por menor, también venden insumos a la industria. En palabras de Carraza, “son intermediarios entre las organizaciones comunitarias y el mercado”.
Una solución para la crisis climática
Alcântara explica que en Brasil, hasta el año 2024, el 75 por ciento de las emisiones de carbono tuvieron que ver con los sistemas alimentarios. Y señala que la solución es la agricultura familiar y agroecológica. “Es aliada del clima, porque captura carbono de la atmósfera y produce alimentos al mismo tiempo que protege la selva, los bosques y los biomas”, sintetiza.
Comenta que Brasil, desde la colonización, ha tenido “una identidad nacional de extractivismo depredador que está presente en todo el país”. Sin embargo, quienes han padecido el proceso colonial (las comunidades indígenas y quilombolas) son quienes ofrecen otra perspectiva sobre la soberanía alimentaria y la protección de las culturas.
“Esos productores son los más vulnerables frente al calentamiento global y son quienes están proponiendo soluciones efectivas”. En este contexto desde el Instituto Regenera trabajan hace cinco años en el estado amazónico de Pará, en articulación con redes de producción agroecológica, para abrir mercados públicos y privados.
Carraza coincide: “Nos entendemos como una alternativa productiva que da contrapunto a los frentes desarrollistas que avanzan con el monocultivo y la deforestación. Nos entendemos en un modelo de producción que distribuye la renta, que garantiza el uso social de la tierra, que no usa agrotóxicos ni transgénicos”.

Educar para fortalecer las redes
Nazaré Reis es agrónoma, asesora de la Red Bragantina y coordinadora técnica de la Escuela de Formación para Jóvenes Agricultores de Comunidades Rurales Amazónicas. La red nació de esa experiencia de educación rural que aún se sostiene y en la que trabajan aspectos teóricos y prácticos de la agroecología. Reis trabajó como agricultora desde niña, con sus padres. Como agrónoma, se dedica a brindar asesoramiento técnico y a ampliar sus conocimientos con los agricultores. “Nuestros padres siempre pusieron en la mesa productos como ñame, pirão (un tipo de papilla de yuca o mandioca) y albóndigas de yuca. Mi madre preparaba mingau (papilla con leche o agua y avena y mandioca) y el tacacá (un tipo de sopa típica de la zona amazónica, que se hace con raíces de yuca) en casa”, recupera.
“Seguir estos hábitos alimenticios en nuestra vida profesional y escuchar las observaciones sobre los métodos tradicionales de preparación y consumo de alimentos, nos llevó a dar espacio a la reproducción y reinterpretación de este conocimiento sagrado y ancestral”, agrega.
El espacio educativo que la Red Bragantina y sus socios promueven está contribuyendo a una mayor participación de las mujeres en las organizaciones internas, en la comunidad y en los espacios públicos. “La cooperación entre ellas es un elemento importante para asegurar espacios más allá de la vida doméstica”, dice Reis. Y comenta que, desde la red, comenzaron a animar a las agricultoras a hablar de sus prácticas tradicionales y a experimentar con recetas.
Darlene Costa Silva tiene 25 años y vive en Santa Luzia, en el estado de Pará. Trabaja en la asociación Atavida, que es parte de la Red Bragantina. Trabaja en fitoterapia y producción de alimentos. Todas las materias primas provienen de la agricultura familiar de pequeñas comunidades de los alrededores de Santa Luzia. “Soy hija de agricultores y en consecuencia siempre he estado involucrada en la agricultura, porque de la siembra y de la cosecha obteníamos nuestros ingresos”, explica.
También destaca el valor de los grupos de formación y discusión, donde “agricultores de diferentes culturas aprenden la importancia de ser guardianes de las semillas y del conocimiento”. Y donde “las mujeres aprenden a empoderarse y desarrollan el hábito de sembrar, vender y también crear recetas saludables con sus productos”.
Brasil, el hambre y la presión del agronegocio
Tras el gobierno de Jair Bolsonaro, Brasil ingresó al mapa mundial del hambre. Las políticas de inyección de recursos en las clases populares, incentivadas por el actual gobierno de Lula da Silva, revirtieron esa situación. Pero existe una tensión entre las políticas para las y los productores familiares y los pueblos indígenas —que producen alimentos para la mayor parte de la población— y los beneficios que aún obtiene el agronegocio, ligado políticamente a la ultraderecha brasileña.
Alcântara señala que Brasil tiene una posición muy contradictoria en cuanto a las políticas alimentarias. “Tenemos políticas muy fuertes, como el Programa Nacional de Alimentación Escolar, el Programa de Adquisición de Alimentos, la guía alimentaria brasileña, muy reconocida a nivel mundial. Somos uno de los más grandes productores de alimentos del mundo. Pero al mismo tiempo, nos encontramos en una situación en la que la agroindustria es el grupo más poderoso en el Congreso”.

Explica que la situación se debe a que la inversión en la producción de commodities para la exportación constituye el mayor renglón de la balanza comercial brasileña y coloca a los sectores del agronegocio en una posición de gran poder. “La agroindustria está sobrerrepresentada en el comercio y el congreso”, define.
Carraza se expresa en el mismo sentido. Indica que, pese a los avances de gobiernos como el de Lula da Silva y Dilma Rousseff, quienes dictan “las reglas del juego” son el Congreso Nacional con sus diputados y senadores: “La mayoría de los cuales son elegidos y financiados por grandes corporaciones financieras, la agroindustria, la minería, las grandes farmacéuticas y los grandes intereses económicos”.
El análisis respecto de la cooptación de los espacios de decisión por parte de las empresas también se repite para el caso de la COP 30, en la que pusieron sobre la mesa su capacidad de alimentar al pueblo. “Si dependemos del formato de las Naciones Unidas, que requiere consenso para implementar decisiones tomadas en estos grandes eventos, entonces la humanidad está perdida”, sentencia Carraza. Y agrega: “La gran lección que podemos transmitir al mundo con este trabajo es que la agricultura familiar tiene capacidad de gestión y de servicio, que existen soluciones y que debemos dar oportunidades a los llamados sistemas alternativos”.
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