Por Micaela Antonini*

Hilario Ascasubi, localidad del sureste bonaerense, se convirtió en el corazón de un encuentro transformador. La Escuela Nacional de Agroecología (ENA), propuesta de formación de la Federación Rural para la Producción y el Arraigo, reunió a productores, técnicos y promotores de diversas regiones, durante diez días, en una nueva edición del curso de “Formación de Formadores en Agroecología”. Más que un taller, fue un espacio donde el conocimiento circuló, donde las experiencias se entrelazaron y se consolidó un compromiso: llevar la agroecología a cada rincón del territorio como herramienta de soberanía alimentaria y justicia social.

En un contexto dominado por el individualismo, el agronegocio y un capitalismo que devora cuerpos, territorios y futuros, la apuesta por la educación popular y por el protagonismo campesino es, antes que nada, un acto de rebeldía amorosa. Frente a un modelo extractivista que empobrece la tierra y uniforma los modos de vida, la Escuela Nacional de Agroecología (ENA) propone otro camino: uno en el que cada productor pueda apropiarse de lo aprendido, adaptarlo a su territorio y devolverlo multiplicado, con la forma y la impronta del lugar que habita.

El curso de “Formación de Formadores en Agroecología” se diseñó como un laboratorio vivo, donde la diversidad fue un pilar central. No estuvo dirigido únicamente a productores de la zonal, sino que se abrió deliberadamente a múltiples territorios y realidades, reconociendo en la heterogeneidad una fuente esencial de aprendizaje colectivo.

El curso reunió a productores de diversos puntos de Argentina —Hilario Ascasubi y Río Colorado (Río Negro), Chubut, Santiago del Estero, Misiones y La Plata—, así como a representantes del Proceso de Unidad Popular del Suroccidente Colombiano (PUPSOC), procedentes de los departamentos de Cauca y Nariño. La presencia de PUPSOC sumó una perspectiva internacional y experiencias de resistencia que enriquecieron el intercambio.

Foto: Escuela Nacional de Agroecología (ENA)

En ese marco, Alexander Rojas, productor agroecológico integrante de la organización, relató la reciente entrega de tierras conseguidas a través del trabajo en conjunto entre las organizaciones campesinas del Cauca y  la mesa de concertación de la Agencia Nacional de Tierras (ANT) de Colombia. Para él, este logro es fundamental para avanzar en la transición agroecológica: “Tener la tierra nos dio la tranquilidad para empezar este camino”. 

También participaron miembros del Espacio de Trabajo por la Soberanía Alimentaria (ETSA) de Bahía Blanca y del Frente Agrario Evita de Villa Longa. Asimismo, se contó con la presencia de integrantes del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase), referente clave en la organización y defensa territorial en Santiago del Estero, reconocidos pioneros en la resistencia al agronegocio.

Aprendizajes del suelo a la semilla y de la tierra a la soberanía

El curso, organizado en módulos temáticos articulados entre sí, fue diseñado para abordar la agroecología como una práctica integral que abarca dimensiones técnicas, sociales, económicas y políticas. El equipo docente convocado por la coordinación de la ENA combinó voces académicas y saberes del campo. Participaron investigadores y especialistas de instituciones como el INTA, la Universidad Nacional de Río Cuarto, el Conicet, la Subsecretaría de Políticas contra las Violencias por Razones de Género y la Facultad de Agronomía de la UBA. A su lado, productores con experiencia directa en agroecología aportaron la mirada campesina: Juana Almazán Cardoso y Arnaldo Jurado, oriundos de Río Colorado, ambos egresados de la Escuela Nacional de Agroecología.

Esta composición buscó propiciar una metodología basada en el intercambio horizontal de saberes, siguiendo el enfoque campesino a campesino y los principios de la educación popular. En cuanto al rol de los docentes, María Espinola, productora cebollera de Villalonga, valoró: “En este curso conocí profesores que, con pocas palabras, lograban llegar y hacerme comprender lo que decían. Es la forma de llegar de quien está enfrente lo que marca la diferencia.”

El contenido del curso abarcó tanto aspectos técnicos como políticos. Desde los principios agroecológicos y el enfoque de sistemas, pasando por el estudio de agroecosistemas y biodiversidad, el concepto de suelo como sistema vivo, el manejo de insectos y de sistemas mixtos con animales, hasta la producción y uso de abonos, biopreparados y  la conservación y defensa de las semillas. El programa también exploró experiencias de la agroecología en escala extensiva y el caso de la de biofábrica a gran escala del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil.

Foto: Escuela Nacional de Agroecología (ENA)

Junto con estos contenidos productivos, se desarrollaron módulos orientados a una visión más amplia y crítica: violencias de género en contextos rurales, reforma agraria y soberanía alimentaria, así como el vínculo entre agroecología y cuestión ambiental, en contraposición al modelo extractivista.

La dimensión política y organizativa del proceso formativo buscó fortalecer las capacidades colectivas para la acción transformadora. Esto implicó trabajar con el método de base y la organización popular como ejes centrales, promover el cooperativismo como estrategia económica solidaria, y dotar a los participantes de herramientas pedagógicas, metodologías participativas y dinámicas grupales para al volver a sus territorios puedan diseñar y facilitar talleres.

Todo este andamiaje se construyó desde  los principios de la educación popular, entendida no solo como enfoque metodológico, sino como una práctica política que fomenta la conciencia crítica, la autonomía y el protagonismo de las comunidades en la defensa de sus territorios y modos de vida.

Tras cinco años de camino, el curso ha crecido y madurado al calor del diálogo con cada territorio, cada experiencia y cada grupo participante. Su primera edición se realizó en 2021, en la localidad de Vieytes (Magdalena, Buenos Aires), al poco tiempo de inaugurada la Escuela Nacional de Agroecología (ENA). Desde entonces, el equipo pedagógico reconoce que el programa nunca fue algo cerrado, sino un trayecto compartido, tejido en el hacer colectivo.

Incluso señalan que muchos de quienes están a cargo de las exposiciones de los módulos —presentes desde aquellas primeras instancias— fueron enriqueciendo sus intervenciones, afinando palabras y gestos a partir del vínculo con los asistentes, bajo la convicción de que enseñar también implica dejarse transformar. En ese movimiento se sostiene una certeza: el aprendizaje es todos con todos. Por eso, cada reencuentro se vive como una continuidad que fortalece.

El diálogo de saberes, la dimensión pedagógica y la educación popular

El curso combinó un programa amplio y diverso con una dinámica participativa. Más allá del trabajo en clase, cada jornada incluía un momento de “trabajo pedagógico” en el que los participantes, organizados en grupos de base, tomaban la responsabilidad de planificar y guiar una actividad que integraba los contenidos abordados en las jornadas pasadas. Para el equipo pedagógico de la ENA, esta instancia resulta esencial para formar referentes que, desde sus territorios, puedan replicar el proceso formativo y acompañar la transición agroecológica.

Luz, integrante del equipo pedagógico, recordó que la dimensión pedagógica del curso surgió de un proceso de construcción constante, basado en evaluaciones conjuntas entre participantes y el equipo de coordinación.  En las primeras ediciones se compartían saberes locales, técnicos, políticos y pedagógicos, y se fortalecían vínculos afectivos. Sin embargo, al regresar a sus territorios, los participantes señalaban una dificultad: “Bueno, pero después en mi asamblea son 400 que no me escuchan… Y eso es difícil’”.

Foto: Escuela Nacional de Agroecología (ENA)

Frente a esta situación, el equipo reconoció que no se habían generado los espacios necesarios para que los formadores desarrollaran herramientas para intervenir en asambleas y reuniones. Para revertir estas limitaciones, se incorporó una metodología inspirada en la educación popular, que no solo transmitía conocimientos técnicos, sino que también buscaba desarrollar habilidades para hablar en público, conducir reuniones y sostener intervenciones en contextos diversos.

Desde el primer momento, el diálogo de saberes se planteó como una práctica concreta en cada actividad, donde participantes, docentes y facilitadores se comprometieron a respetar los tiempos necesarios, valorar la escucha activa y permitir que emergieran voces históricamente silenciadas, sin interrupciones, presiones ni miedo a equivocarse.

Esta forma de construir el aprendizaje, basada en el reconocimiento mutuo y el respeto por los saberes de cada persona, no solo genera confianza, sino que también despierta el deseo de continuar aprendiendo. Así lo contó Florinda, miembro  del comedor comunitario de Hilario Ascasubi perteneciente a la federación, al hacer su balance del curso: “Me gustó mucho la experiencia, fue muy linda. Si antes hubiera tenido la oportunidad de aprender así, habría sido diferente. A mí me hubiera gustado ir a la escuela. Y ahora, con todo lo que aprendí, me dan más ganas de seguir aprendiendo”.

El sur cebollero como aula, del reclamo a la biofábrica propia

En una época marcada por la virtualidad y los talleres a distancia, el equipo pedagógico de la ENA optó por la presencialidad y realizó el curso en Ascasubi. Esta decisión buscó facilitar la participación de la Federación Rural local y permitir a los participantes acercarse de manera directa a la experiencia organizativa y la memoria del “Cebollazo” de 2017. La emblemática protesta, en la que pequeños  productores de la región se organizaron para reclamar por precios justos, acceso a la tierra, créditos blandos, protección del mercado interno y el fin de la discriminación a familias migrantes. Demandas que aún hoy siguen sin resolverse.

Como parte del curso, el primer recorrido se enmarcó en el módulo sobre biopreparados, dando continuidad directa al trabajo previo sobre la regeneración de suelos. La visita fue a la biofábrica de Villalonga, un espacio amplio y pensado para la producción de biopreparados a gran escala. Esta biofábrica no responde a una lógica empresarial, sino que se sostiene gracias a una red comunitaria basada en el trabajo colectivo y las convicciones compartidas.

Foto: Escuela Nacional de Agroecología (ENA)

En el corazón de esta biofábrica se encuentra Mercedes González, vecina de la zona y productora de cebollas, quien con energía y entusiasmo impulsa el proyecto junto a sus compañeras. Durante la jornada, Mercedes compartió su historia y la organización cotidiana: cómo consiguen los materiales, cómo distribuyen las tareas y cómo equilibran la crianza de sus hijos con el trabajo en la biofábrica y la militancia agroecológica.

Más allá de lo técnico, su relato transmitió esfuerzo, orgullo, comunidad y la importancia de “sumar a más compañeros”. Los participantes recorrieron la biofábrica, visitaron la sala de insumos y de materia prima, la sala de elaboración y envasado, los vestuarios y las futuras oficinas y laboratorio. Luego, divididos en grupos, se pusieron manos a la obra para elaborar biopreparados: súper magro, bokashi, ácido sulfocálcico y biolana. Aprendieron haciendo, mezclando, oliendo, tocando la tierra con las manos o revolviendo con la pala. La enseñanza no surgió solo de la técnica o de la cartilla entregada el día anterior, sino también del cuerpo y los sentidos en acción, y del compromiso de quienes sostienen ese espacio.

“Este galpón, cuando empezamos, era impensable. ¿Cómo íbamos a tener un galpón? Los galpones solo los productores o empresas con mayor poder adquisitivo. Pero dijimos: bueno… soñemos. ¡Y acá está hecho realidad!”, contó  Cristina Tapia, productora e integrante del equipo del galpón de empaque de la Federación Rural en Pedro Luro, en el partido de Villarino al igual que la localidad de Hilario Ascasubi.

La visita formó parte del segundo recorrido por las experiencias organizativas de los productores de Ascasubi, enmarcado en el módulo dedicado al rol del cooperativismo. Por la mañana, representantes del Banco Credicoop y del Instituto Provincial de Asociativismo y Cooperativismo (IPAC) habían ofrecido una charla introductoria sobre la importancia de estas formas de organización y, por la tarde, acompañaron al grupo a conocer esta experiencia concreta de asociativismo, cooperativismo y trabajo comunitario, donde un grupo de familias productoras logró, mediante esfuerzo conjunto y trabajo solidario, construir el galpón para evitar intermediarios y fortalecer la organización local.

La visita mostró con claridad que la fuerza de la organización comunitaria se potencia cuando hay un Estado presente que acompaña y respalda las iniciativas. Yanina Sttembrino, referente nacional de la Federación Rural, recordó con emoción esta historia de construcción colectiva y subrayó que el apoyo estatal es decisivo para que los pequeños productores puedan dar sus primeros pasos: “Ese empujoncito inicial, financiando proyectos, es fundamental; después, el resto lo hacemos nosotros”. El próximo sueño, anticiparon desde la coordinación de la ENA, es contar con un canal propio para la exportación de cebollas.

¡Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza!

Al finalizar su módulo sobre reforma agraria, uno de los docentes del curso recuperó la siguiente frase pronunciada en el IV Congreso Nacional de la Comisión Pastoral de la Tierra, en 2015: “La principal semilla criolla que está desapareciendo son las comunidades. De nada servirán la agroecología y las semillas criollas sin comunidades fuertes. Hemos formado muchos líderes, pero pocas comunidades”. Esta advertencia resonó con fuerza y se convirtió en un eje transversal de los debates entre los participantes a lo largo de las jornadas.

Esa idea tomó forma concreta en el acto de entrega de diplomas, donde cada participante recibió también el pañuelo adoptado por la federación como símbolo de identidad y lucha.  La entrega de certificados no fue un simple acto de cierre. Los participantes se llevaron algo más valioso que un documento: el sentido de pertenencia a una red que apuesta por la agroecología como un acto político, técnico, cultural y espiritual, y que entiende el arraigo como una forma de resistencia frente a un modelo hegemónico y excluyente. En ese momento, lejos de cerrarse el curso, se fortaleció y renovó un compromiso colectivo.

En un contexto marcado por el gobierno de Javier Milei, que desfinancia programas de apoyo a la agricultura familiar, desmantela áreas estatales dedicadas a la promoción de la agroecología, interrumpe líneas de asistencia técnica y debilita los marcos regulatorios que protegen a pequeños productores, la Escuela Nacional de Agroecología (ENA) y su curso se revelan como trincheras formativas y políticas: no meros espacios de transmisión de saberes, sino territorios pedagógicos donde se cultiva organización, se fortalecen comunidades y se forja la base social imprescindible para sostener la lucha por la tierra y  la soberanía alimentaria. 

Foto: Escuela Nacional de Agroecología (ENA)

*Antropóloga. Becaria doctoral UNSAM/CONICET

La entrada Un encuentro para sembrar un futuro agroecológico se publicó primero en Agencia de Noticias Tierra Viva.

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/un-encuentro-para-sembrar-un-futuro-agroecologico/

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