Reducir la política argentina a una competencia moral entre “honestos” y “corruptos” no solo empobrece el debate público: también diluye responsabilidades históricas y encubre a los verdaderos beneficiarios del saqueo estructural. El llamado honestismo iguala a quienes diseñaron y usufructuaron la entrega con aquellos que apenas la administraron o intentaron resistirla. En esa ecuación, los grandes responsables quedan a salvo, protegidos por la coartada de una supuesta equidistancia.
En el fondo, la Argentina continúa atrapada en una disputa de largo aliento entre dos proyectos de país irreconciliables. Uno, subordinado al capital extranjero y la renta financiera, que se remonta al contrabando colonial y tuvo nombres como Alsogaray, Martínez de Hoz, Cavallo, Macri y Milei. El otro, inconcluso, pero arraigado en San Martín y proyectado por Perón, que concibe al Estado como motor de desarrollo, la soberanía como mandato histórico y la justicia social como destino colectivo. Cada crisis —económica, institucional o cultural— es apenas un capítulo de esa confrontación estructural.
La herencia de la dictadura y su continuidad
La crisis del petróleo de los años 70 marcó un quiebre global. En la Argentina, la dictadura instaurada en 1976 profundizó la dependencia con un esquema económico diseñado en los centros financieros internacionales. El ministro José Alfredo Martínez de Hoz y Adolfo Diz, formado en la Universidad de Chicago, implementaron endeudamiento, apertura irrestricta y desindustrialización. Ese andamiaje jurídico sigue vigente: la Ley de Entidades Financieras de 1977, la Reforma del Mercado de Capitales y la Ley de Inversiones Extranjeras consolidaron la fuga, la especulación y la pérdida de soberanía económica.
Con la llegada de la democracia, los juicios a las juntas militares marcaron un hito, pero el modelo económico quedó intacto. Alfonsín asumió bajo el pacto tácito de no tocar los privilegios de los grupos que habían crecido al calor de la dictadura. Desde entonces, el poder económico sobrevivió a cada cambio de signo político.
Democracia, neoliberalismo y honestismo
El menemismo transformó la corrupción en política de Estado, legalizando la entrega a través de privatizaciones y tratados internacionales. En los 2000, los gobiernos kirchneristas lograron un ciclo de desendeudamiento y recuperación industrial, pero sin desmontar la arquitectura financiera heredada. Esa base permitió que Mauricio Macri, en apenas seis meses, reinstalara la dependencia estructural y comprometiera a dos generaciones con la deuda más grande de la historia ante el FMI.
Hoy, el gobierno de Javier Milei reproduce esa matriz con un discurso moralista que prometía “terminar con la casta”, pero que rápidamente quedó en evidencia: sobres, contratos truchos y negocios familiares en la Casa Rosada. El honestismo, convertido en bandera electoral, se reveló como simple demagogia.
El verdadero problema: la dependencia estructural
El neoliberalismo en Argentina no necesita líderes virtuosos, sino gerentes obedientes, jueces y comunicadores dispuestos a legitimar la entrega. La corrupción no es un desvío individual, sino un engranaje estructural: socializa pérdidas, privatiza ganancias y mantiene a la sociedad atrapada en un péndulo discursivo entre la “culpa eterna” (la pesada herencia) y la “promesa futura” (los brotes verdes que nunca llegan).
Mientras el debate público se reduce a denuncias de coimas, la estafa real se consuma en silencio: destrucción del aparato productivo, transferencia de riqueza hacia afuera y empobrecimiento masivo. La vigencia de la Ley de Entidades Financieras es la prueba más contundente de que el andamiaje de la dictadura económica sigue intacto bajo gobiernos democráticos.
Reconstrucción y soberanía
Para el autor, el desafío central es reconstruir un proyecto nacional que vuelva a poner al pueblo como sujeto de la historia. Ello exige desmontar la arquitectura legal y cultural que sostiene la dependencia, recuperar el control del crédito, fortalecer la industria y la energía, malvinizar la conciencia nacional y conformar un nuevo bloque histórico con capacidad de disputar el poder real.
La historia reciente demuestra que los gobiernos pasan, pero las estructuras de dependencia permanecen:
Martínez de Hoz se fue, pero quedó la Ley de Entidades Financieras.
Menem se fue, pero quedaron las privatizaciones.
Macri se fue, pero dejó la deuda con el FMI.
Milei se irá, y dejará un país más empobrecido y fragmentado.
La conclusión es clara: sin audacia política, sin conflicto y sin una estrategia de liberación nacional, la Argentina seguirá administrando derrotas. La reconstrucción no comienza el día que se va un gobierno, sino el día en que el pueblo y su dirigencia deciden volver a soñar con una Nación justa, libre y soberana.
Fuente: Agencia Paco Urondo